1.6.06

Atria, si sapias, ambitiosa colas

Como reza el frontispicio de mi humilde bitácora, las anotaciones realizadas en ella no pretenden más que dar cuenta de las ocurrencias de un personaje mediocre, que al mismo tiempo soy yo mismo y el personaje en cuestión. La frontera entre ambas realidades es difusa y, si no fuera consciente de lo inadecuado de la comparación, diría también unamuniana.

Cuentan que don Miguel, tocayo mío, pasaba cada año unas semanas de retiro en el monasterio de los Jerónimos de Madrid, adyacente entonces al Museo del Prado y hoy arrasado, creo, por las obras de ampliación del mismo. Allí usaba alzarse al alba y salir a pasear por el claustro imbuído en sus meditaciones. Daba vueltas y revueltas bajo las góticas bóvedas hasta que, llegado un cierto punto, un impulso irrefrenable le impelía a correr hasta el pozo que se abría en el centro del jardincillo clauso. Se asomaba entonces descompuesto por el brocal y con toda la fuerza que le permitía su flébil voz gritaba a las oscuras profundidades: ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! Ponía entonces el oído atento para deleitarse con el eco su misma voz, que resurgía deformado de las fauces de la tierra y le devolvía su primera persona, a un tiempo propia y ajena. Hacía de sí, en definitiva, un personaje unamuniano.

Igual o semejante filosofía subyace en este rincón del éter.